El Centro Penitenciario Santa Lucía fue construido como una fortaleza: frío, implacable y diseñado para guardar silencio.
Cada pasillo tenía una cámara. Cada puerta, un candado electrónico.
Cada interna era vigilada por un sistema digital que registraba sus movimientos minuto a minuto.
Era el tipo de lugar donde los secretos no deberían existir…
hasta que un susurro cambió todo.

Todo comenzó a finales de noviembre con la interna #241 — Mara Jiménez, de veintinueve años, cumpliendo condena por robo a mano armada.
Empezó a sentirse cansada, mareada, con náuseas.
El equipo médico lo atribuyó al estrés: un síntoma común del encierro.
Nada parecía fuera de lo normal…
hasta que llegaron los resultados de sus análisis.