“¡NO MÁS HUMILLACIONES! La empleada se enfrenta con lágrimas y rabia a la madrastra que destruyó su vida… ¡y el millonario escucha todo!”

El niño en silla de ruedas de 7 años intentaba contener el llanto mientras su madrastra lo humillaba sin piedad. Pero antes de que ella dijera algo peor, la empleada doméstica apareció en la puerta y gritó, “¡No hagas eso.” La voz resonó por toda la sala. El millonario, que acababa de llegar, quedó paralizado al ver la escena.

Desde hacía dos años, la casa de los montes de Oca se había quedado muda, no por falta de gente o porque nadie hablara, sino porque todo ahí se sentía apagado. El silencio no era normal, era incómodo, pesado, como si flotara en cada rincón.

Tomás, el dueño de esa casa enorme con ventanales altos y un jardín que parecía sacado de una revista, ya no se sorprendía al despertar con esa sensación de vacío. Su esposa, Clara, había muerto en un accidente de auto una noche de lluvia cuando iba de regreso a casa después de pasar por un regalo para el cumpleaños número cinco de Leo, su hijo. Desde ese día, ni el aire se movía igual.

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