Quería sorprender a Miguel. Cuando llegué a nuestra calle, vi varios coches aparcados frente a nuestra casa. El jardín estaba decorado con globos azules y rosas. Un cartel decía: «Bienvenido, nuestro pequeño milagro».
Aparqué mi coche a una calle de distancia y caminé hasta allí. La puerta estaba entreabierta. De dentro salían música y risas. Cuando entré, me quedé paralizada. En medio de la sala estaba Carmen, mi mejor amiga, visiblemente embarazada de 6 meses. Mi suegra Rosa acariciaba la barriga de Carmen mientras mi madre servía bebidas. Los regalos se apilaban sobre una mesa decorada.
—¿Entonces, ya está listo el cuarto de bebé? —preguntó mi tía Elena.
—Casi —respondió Carmen—. Miguel insistió en pintarlo él mismo. «Ha estado trabajando cada fin de semana».
En ese momento, mi marido entró con más bebidas. Se acercó a Carmen y la abrazó por detrás, colocando sus manos sobre su vientre.
—Solo falta montar la cuna. La elegimos juntos la semana pasada.
Viajé la mirada hacia mi madre que se tensó al verme. Se acercó rápido:
—Anna, hoy no te esperábamos —susurró, agarrándome del brazo—. Salgamos afuera. Necesitamos hablar.