El gran salón de bodas quedó en silencio, la atmósfera cargada de expectación. Todas las miradas se dirigieron al frente, donde la novia millonaria, Vanessa Clark, se encontraba con una sonrisa cruel pintada en el rostro.
—Para nuestra próxima canción —anunció a los cientos de invitados—, mi criada, Emma, nos ofrecerá una actuación especial.
Emma Wilson, la sirvienta embarazada en la esquina, sintió que el corazón se le hundía. Fue empujada al centro de atención, su rostro pálido de temor mientras era obligada a subir al escenario. Lo que no sabía era que ese momento de humillación pública marcaría el inicio de su transformación y la caída de su empleadora.
Con 28 años, Emma nunca se había imaginado trabajando como empleada doméstica interna. Sus sueños alguna vez habían estado llenos de las luces brillantes de la escena musical de Nashville, no de fregar inodoros en una mansión de Los Ángeles. La vida había dado un giro inesperado cuando Jake Miller, un músico de palabras seductoras con quien había salido brevemente, desapareció al enterarse de que ella estaba embarazada. Sola y desesperada, Emma terminó trabajando para Richard Bennett, un millonario tecnológico, en un mundo que le resultaba extraño y frío.
Esa misma mañana, Emma se había cruzado con Vanessa en el pasillo.
—Que trabajes aquí no significa que tenga que mirarte —dijo Vanessa con frialdad, pasándola por encima con desprecio.
Emma instintivamente se llevó una mano al vientre redondeado, sintiendo el peso de su situación.
—Sí, señorita Clark —respondió en voz baja, bajando la mirada.