El multimillonario regresó a casa antes de lo esperado y se quedó paralizado al ver a su hijo discapacitado riendo con la hija de la criada; un momento que lo cambió todo…
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El sedán negro de Marcus Blackwood llegó a la entrada de su finca de Connecticut tres horas antes. El multimillonario no había avisado a su asistente, ni al personal de la casa, ni siquiera a su hijo Tommy, de doce años. Quería ver con sus propios ojos lo que realmente ocurría en su casa cuando nadie lo esperaba. Durante semanas, Marcus había sido consciente de algo extraño: murmullos entre los sirvientes, una nueva energía en la casa y, sobre todo, su hijo alejándose cada vez más de él.
Tommy, confinado a una silla de ruedas desde el accidente de coche que había matado a su madre dos años antes, apenas miraba a su padre. Sin embargo, Marcus le había ofrecido todo: médicos, tutores, terapia, el mejor equipo que el dinero podía comprar. Pero a pesar de esto, el niño parecía desvanecerse un poco más cada día.
En silencio, Marcus abrió la puerta con su llave dorada. La casa estaba demasiado silenciosa. Sus zapatos de charol resonaron sobre el mármol mientras se aflojaba la corbata, con el corazón latiendo con fuerza con un oscuro presentimiento. Entonces se detuvo.
Desde el fondo del pasillo se oyó una carcajada. No la sonrisa forzada que Tommy dedicaba a los médicos, ni la risa educada que ofrecía durante las sesiones de terapia. No, una risa genuina, profunda y estruendosa, la que no había oído desde el accidente.
Guiado por el sonido, Marcus abrió la puerta de la sala… y se quedó paralizado.
Sobre la gruesa alfombra, una niña de la misma edad que Tommy, con un vestido amarillo arrugado, gateaba a cuatro patas. Su largo cabello barría el suelo al moverse. Sentado boca arriba, Tommy rió a carcajadas, con las mejillas sonrojadas de felicidad. Su sillón, olvidado en un rincón, ya no servía para nada.
“¡Más rápido, Luna, más rápido!”, rió, agarrándola por los hombros.
A Marcus se le encogió el estómago. Su hijo parecía estar usando a la hija de una criada como juguete. Pero sobre todo… hacía años que no veía a su hijo tan feliz. La ira y la vergüenza lo invadieron.
“¿Qué significa esto?” Su voz resonó por la habitación.
 
					