Una pareja de ancianos mendigos apareció en la boda de su hijo exitoso; durante toda la fiesta permanecieron de pie, temblando, sin ser invitados a sentarse… y lo inesperado ocurrió después.

Yo soy Mariana, tengo 27 años, una joven de ciudad con el sueño sencillo de formar una familia feliz. Cuando conocí a Javier, un muchacho tranquilo que trabajaba como empleado de oficina, pensé que había encontrado a mi compañero de vida. Él me contó que era huérfano desde niño, que había crecido en un orfanato y que no le quedaba familia. Sentí compasión por él, y nuestro amor floreció rápidamente. Después de dos años de noviazgo, decidimos casarnos. Pero el día de la boda, un acontecimiento inesperado lo cambió todo, desatando un conflicto entre Javier y yo, y revelando un secreto que jamás olvidaré.

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Javier siempre decía que no quería una boda ostentosa, porque “no tenía a nadie de su familia a quien invitar”. Yo respetaba eso, pero mis padres querían organizar una fiesta hermosa para su única hija. Finalmente, escogimos un salón elegante en un restaurante de lujo en la Ciudad de México, invitamos a casi un centenar de personas, la mayoría amigos y parientes de mi lado. Yo me ocupé del vestido, las invitaciones; Javier, de los ritos familiares. Él se veía más pensativo que de costumbre, pero pensé que solo era presión por el gran día.

Llegó la boda: luces brillantes, flores frescas, invitados alegres. Javier y yo en el escenario, intercambiando anillos y promesas. Pero, entre la multitud, noté algo extraño: una pareja de ancianos, vestidos con ropas raídas, se mantenía de pie en un rincón. El hombre, delgado, cabello canoso, apoyado en un bastón de madera, temblaba. La mujer a su lado cargaba una vieja bolsa de tela, con los ojos llenos de tristeza fijos en nosotros. Eran como dos sombras olvidadas en medio del lujo.

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