Martin Blake era un hombre de hierro y de agendas definidas. A sus 56 años, dirigía una de las inmobiliarias más prestigiosas de la ciudad, vivía en una mansión revestida de mármol y era conocido como el tipo de jefe que exigía perfección pero rara vez alzaba la voz.
Pero detrás de sus poderosos trajes y su exterior pulido, Martin llevaba una herida que ninguna cantidad de dinero podría curar.
Su hija había desaparecido cuando tenía sólo cuatro años.
Su nombre era Sophie .
Un segundo, estaba jugando en el parque junto a su niñera. Al siguiente, había desaparecido. Sin rastro, sin testigos, sin nota de rescate. Solo una puerta abierta y silencio.
Pasaron dieciséis años y no pasaba un día en que Martín no pensara en ella.
Financió las labores de búsqueda, contrató investigadores privados e incluso creó una organización benéfica en su nombre para ayudar a las familias con niños desaparecidos. Pero nada se materializó.
Paquetes de vacaciones familiares
Después del primer año, su esposa, Clara, lo abandonó. No soportaba el peso de la ausencia de Sophie ni la silenciosa obsesión de Martin.
Después del quinto año, dejó de asistir a eventos sociales y se concentró únicamente en su empresa.
Al cumplir los diez años, su casa se llenó de desconocidos —personal que apenas conocía— mientras él flotaba a través de sus días como un fantasma con un traje finamente confeccionado.
Fue entonces cuando Ana empezó a trabajar allí.