No pude soportar semejante humillación. Vivir bajo el mismo techo con la mujer que me había robado la felicidad y verla embarazada del hijo de mi esposo… era algo que superaba cualquier imaginación.
Aquella noche empaqué algo de ropa, dejé mi anillo de bodas sobre la mesa y me marché en silencio. Con lágrimas corriendo por mi rostro, me dije a mí misma que debía olvidarlo todo y comenzar de nuevo.
Mi vida había cambiado por completo. Encontré un nuevo trabajo en Makati, compré un pequeño apartamento y, lo más importante, estaba embarazada de un bebé.
El destino nos volvió a reunir. Ese día, al entrar en una cafetería en Greenbelt, vi a mi suegra y a Miguel sentados allí. Lucían mucho más avejentados.
Entré, con mi vientre ya evidente.
Mi suegra me miró, tan sorprendida que se le abrió la boca. Tartamudeó:
—“Hija… hija… tu vientre…”
Miguel me miró, sus ojos complicados, llenos de arrepentimiento y sorpresa.
Yo solo sonreí: una sonrisa de alivio y victoria. Sin decir palabra, puse un papel sobre la mesa.
Era el resultado de la prueba de ADN de Miguel y el bebé en el vientre de Marites.
Mi suegra y Miguel temblaban al tomarlo en sus manos. Las frías palabras decían: