Sergey entró al baño, como un fugitivo que se esconde de la verdad. El agua corrió un buen rato, como si realmente esperara lavar su propia cobardía.
Antonina se sentó en el borde del sofá, escuchando ese sonido, y por primera vez en mucho tiempo, sintió una extraña calma. Fría, clara, casi inhumana. Comprendió: mañana necesitaba ver a un abogado. Y resolverlo todo antes de que fuera demasiado tarde.
Y cuando se durmió esa noche, el sueño fue inquietante: como si alguien caminara por la cocina, tocando los armarios, reordenando los platos. Como si la casa ya no fuera suya.
4. La mañana que comenzó con el sonido de un cuchillo
Antonina despertó con un crujido agudo. Al principio pensó que era un sueño, pero el sonido volvió: metálico, cortante. Como si alguien abriera una hogaza de pan con un cuchillo enorme.
Salió al pasillo y enseguida se dio cuenta de que había alguien en casa.
En la cocina, bañada por la fría luz de la lámpara, estaba su suegra, Nadezhda Pavlovna. Su túnica era de un verde apagado, como si todas sus esperanzas se hubieran desvanecido en ella y se hubieran convertido en una amarga melancolía. Cortaba el pan en diagonal, como si compartiera el destino de otra persona.
“Buenos días, Antonina”, dijo sin darse la vuelta. “¿No puedes dormir?”