En pocas semanas, creó una beca a nombre de ella. Angela fue reinscrita en la universidad, esta vez con todos los gastos pagados. Retomó sus estudios, mayor, más sabia, pero más decidida que nunca a terminar lo que había empezado. Profesores que recordaban su brillantez la acogieron con orgullo. Para Victor, la experiencia lo transformó. Comprendió que la riqueza y las conexiones no reemplazan la observación, ni la humildad, ni la humanidad.
Había hecho falta una mujer que el mundo ignoraba para mostrarle lo esencial. Meses después, en una conferencia de prensa, agradeció públicamente a Angela. A su lado, ella ya no llevaba un uniforme de limpieza, sino una chaqueta de estudiante, con los ojos brillantes de determinación. «No soy una heroína», dijo calmadamente al micrófono. «Solo noté lo que otros no vieron. A veces, las respuestas provienen de lugares donde no queremos mirar». La multitud estalló en aplausos. Al final, Victor recuperó la vida, Burke lo perdió todo ante la justicia, y Angela retomó su sueño. Ya no era la empleada invisible que barría pasillos silenciosos. Era una científica en ciernes, una voz para los invisibles, la prueba de que el genio puede nacer en cualquiera, siempre que estemos dispuestos a escuchar. Y para Victor, el hombre que antes solo creía en el dinero, la mayor inversión de su vida fue en la mujer que le recordó que, incluso en un mundo de poder y riqueza, una sola voz ignorada puede tener el poder de salvar una vida.