Parte 3 – Una Rosa en Medio del Asfalto
Pasaron cinco años. Lucía tenía ya 23, y su rostro adornaba portadas de revistas, no como modelo, sino como símbolo de esperanza. Había recibido el Premio Princesa de Asturias de la Concordia y había sido propuesta oficialmente como candidata al Premio Nobel de la Paz por la Comisión Internacional de Infancia.
Pero a pesar de los galardones, seguía siendo la misma: dulce, firme, con esa mezcla extraña de humildad y fuego que solo tienen quienes han probado el abismo.
La Fundación Lucía Vega ahora tenía presencia en 16 países. Se habían rescatado más de 50.000 niños de las calles, del abandono, del tráfico y del silencio.
Pero un día, el pasado volvió a llamar.
Era una tarde de otoño. Lucía salía de una reunión con la reina Letizia cuando un hombre de barba descuidada se le acercó en la acera. Vestía ropa vieja, pero sus ojos eran tan azules como los de ella.
—Lucía —dijo con voz ronca—. ¿Te acuerdas de mí?
Ella frunció el ceño. Algo se movió en su pecho, como un eco de un recuerdo muy lejano.
—¿Quién es usted?
—Me llamo Pedro. Fui el mejor amigo de tu padre biológico. Yo… sé lo que pasó. Sé por qué te dejaron sola.
Lucía se quedó helada. Nunca había querido investigar demasiado su pasado. Carmen siempre le había dicho: “Tu historia empieza cuando decidiste seguir viviendo.” Pero ahora, esas palabras tambaleaban.
—¿Dónde están? —preguntó en un susurro—. ¿Mis padres?
Pedro bajó la mirada.
—Murieron, sí… pero no como te contaron. Tu madre se quitó la vida porque no podía soportar que tu padre la golpeara. Y él… murió en prisión. Pero tú… tú fuiste entregada a una familia que solo quería dinero del Estado. Lo sé porque intenté adoptarte, pero me lo negaron. No tenía recursos.
Lucía sintió que el aire le fallaba. Pedro sacó una caja de cartón desgastada. Dentro, fotos. Su madre, joven, abrazándola de bebé. Cartas. Y un dibujo: una niña con una rosa. Abajo, una frase infantil:
“Cuando sea grande, quiero vivir donde haya amor.”
Esa noche, Lucía no pudo dormir. A la mañana siguiente, tomó una decisión.
Convocó a los medios en una sala sencilla, sin decorados. Frente a cientos de periodistas, habló con el corazón:
—Mi madre murió por violencia machista. Mi padre era un monstruo. Crecí en la oscuridad, pero encontré luz en una mujer que me vio cuando yo era invisible.
—Hoy quiero anunciar la creación del Instituto Carmen Vega contra la Violencia Familiar, con sedes en toda Europa y América Latina. Porque ningún niño más debe pagar por los pecados de los adultos.
Hubo lágrimas, aplausos, y sobre todo… silencio reverente.