Al día siguiente, Ethan fue arrestado en su dormitorio de la universidad comunitaria. Cuando los oficiales se le acercaron, su rostro palideció. “No es lo que piensan”, murmuró, pero la evidencia era abrumadora.
De vuelta en el hospital, Lily permaneció bajo custodia protectora. Emily la visitaba a diario, llevándole libros para colorear y té caliente. Con el tiempo, Lily empezó a hablar más, a sonreír levemente y a confiar de nuevo.
Pero Emily no podía quitarse de la cabeza la imagen de aquel ultrasonido. “Eres valiente”, le dijo a Lily una tarde. “Más valiente que la mayoría de los adultos que conozco”.
A medida que el caso ganaba atención mediática, la gente debatía si el hospital había hecho lo correcto al llamar a la policía de inmediato. Pero para Emily, nunca hubo duda. “Los médicos salvan vidas”, le dijo a un reportero. “A veces eso significa salvar a alguien del silencio”.
Meses después, Ethan se declaró culpable. Lily decidió dar al bebé en adopción, una decisión que le rompió el corazón pero que también le dio paz. Su madre comenzó terapia con ella, decidida a reconstruir lo que se había roto.
A pesar de todo, Emily observaba desde la distancia, orgullosa y atormentada a la vez.
Un año después, Lily entró de nuevo en el Hospital St. Mary’s, no como paciente, sino como voluntaria. Llevaba el pelo más largo ahora, sus ojos más brillantes. Emily casi no la reconoció hasta que sonrió.
“Dra. Carter”, dijo suavemente, “solo quería darle las gracias”. Emily contuvo las lágrimas. “No tienes que agradecerme, Lily. Tú hiciste la parte más difícil: dijiste la verdad”.
Hablaron durante casi una hora. Lily compartió cómo la terapia la ayudó a encontrar su voz de nuevo. Había vuelto a la escuela, se había unido al club de arte, incluso estaba haciendo nuevos amigos. “Todavía tengo pesadillas a veces”, admitió, “pero sé que no estoy rota”.