“Una niña de 13 años, embarazada, fue llevada a la sala de emergencias y le reveló la verdad al doctor — el doctor quedó impactado y llamó inmediatamente al 911…”
Las puertas correderas de la sala de emergencias se abrieron de golpe cuando una menuda niña de 13 años entró tropezando, con el rostro pálido, agarrándose el estómago. Las enfermeras corrieron hacia ella. “Cariño, ¿qué pasa?”, preguntó una con dulzura. La niña dudó, sus ojos moviéndose nerviosamente hacia el suelo. “Yo… creo que tengo dolores de estómago”, susurró.
La Dra. Emily Carter, una experimentada médica de emergencias del Hospital St. Mary’s en Ohio, se hizo cargo del caso. Guió a la niña, cuyo nombre era Lily Thompson, a una habitación privada para examinarla. Mientras Emily comenzaba a hacer preguntas de rutina —sobre dieta, salud y síntomas— algo en las respuestas de Lily no cuadraba.
Cuando la pantalla del ultrasonido cobró vida, Emily se congeló. Allí, inconfundiblemente, había un pequeño feto, de unas dieciséis semanas. El corazón de Emily dio un vuelco. “Lily”, dijo suavemente, “estás embarazada”.
Los labios de la niña temblaron, y las lágrimas llenaron sus ojos. “Por favor… no se lo diga a mi mamá”, suplicó.
Emily sintió que se le retorcía el estómago. “Lily, solo tienes trece años. Necesito saber… ¿alguien sabe de esto? ¿Quién es el padre?”.
Las palabras salieron como una confesión. “Es mi hermanastro”, susurró Lily. “Me dijo que no dijera nada. Dijo que nadie me creería”.
 
					