Las expresiones de sorpresa se mezclaban con la incredulidad. Su suegra se llevó la mano a la boca, las cuñadas se miraban entre ellas sin saber qué decir.
Maxwell, rojo de furia, intentó recuperar el control.
—¿Por qué no lo dijiste antes?
Thelma lo miró con firmeza:
—Porque quería ver hasta dónde llegaba tu arrogancia.
La caída del tirano
Por primera vez, el poder cambió de manos. Maxwell ya no tenía nada con qué humillarla. La familia, antes cómplice de sus comentarios, se quedó en silencio, incapaz de justificarlo.
Thelma continuó:
—He soportado tus insultos, tus golpes y tus traiciones. Pero esta es mi casa. Y esta noche queda claro que tú eres solo un invitado aquí.
La tensión era tan densa que podía cortarse con un cuchillo.