Una joven enfermera bañó a un millonario en coma, pero cuando despertó repentinamente, ocurrió algo milagroso.

El aroma a rosas frescas impregnaba el aire y una botella de vino se enfriaba junto a dos platos perfectamente colocados. Anna contuvo la respiración. Grant, ¿qué es todo esto?, preguntó, volviéndose hacia él.

Grant estaba detrás de ella, con las manos metidas en los bolsillos, sus ojos azules suaves pero intensos. «Cena», dijo simplemente. «Solo tú y yo».

A Anna se le encogió el pecho. Durante las últimas semanas, sus vidas habían sido un torbellino, desde su recuperación hasta descubrir la verdad sobre su accidente y ver a su hermano arrestado. Pero ahora, con la tormenta finalmente superada, solo existía este momento.

Y de alguna manera, eso le daba aún más miedo. Al sentarse, Anna no podía ignorar la forma en que Grant la observaba. Como si memorizara cada detalle, como si ella fuera algo frágil pero precioso.

—Estás callado —dijo ella, dedicándole una sonrisa tentadora—. No es propio de ti. Él exhaló, haciendo girar la copa de vino entre los dedos.

He estado pensando. Eso es aún más peligroso, bromeó. Él no se rió.

En cambio, se inclinó hacia adelante, su mirada ardiente en la de ella. Anna, ¿sabes cuántas personas se alejaron de mí mientras estuve en coma? Su sonrisa se desvaneció. Dos, lo sabía.

Ella lo había visto en carne propia: cómo su familia lo trataba como una carga, cómo sus supuestos amigos habían seguido adelante. La única razón por la que había sobrevivido a esa oscuridad era porque alguien se quedó. Porque ella se quedó.

Pero no lo hiciste, murmuró Grant. Estuviste ahí, día tras día. Me cuidaste cuando ni siquiera podía abrir los ojos.

Cuando no era más que una causa perdida para todos, te negaste a renunciar a mí. A Anna se le hizo un nudo en la garganta. Nunca lo había pensado así.

Ella simplemente había hecho lo que creía correcto. Pero para Grant, lo había significado todo. Grant se acercó más, sus dedos rozando los de ella sobre la mesa.

Anna, lo tengo todo. Su voz era suave pero firme. Dinero, poder, influencia.

Pero nada de esto significa nada sin ti. Anna contuvo el aliento. Grant, déjame terminar, susurró.

Su mano finalmente rodeó la de ella, su pulgar trazando círculos lentos y delicados sobre su piel. No sé cómo sucedió. No sé cuándo empezó.

Pero lo que sí sé es que cada momento que estuve atrapada en ese coma, tú eras quien me mantenía con vida. Eras mi luz en la oscuridad, Anna. Sus ojos ardían de lágrimas.

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