
Una joven enfermera bañó a un millonario en coma, pero cuando despertó repentinamente, ocurrió algo milagroso.
Pero me faltaba algo. Te extrañaba. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
Eres la razón por la que luché por vivir. La razón por la que me reencontré. Y ahora, quiero pasar el resto de mi vida asegurándome de que sepas lo mucho que significas para mí.
Él levantó el anillo, sin apartar la mirada de ella. Anna Monroe, ¿quieres casarte conmigo? El mundo se detuvo. Anna no pudo hablar.
No podía respirar. Solo pudo asentir frenéticamente, con la risa y las lágrimas desbordándose al mismo tiempo. Sí, por fin lo logró, con la voz quebrada…
Sí, Grant. Mil veces sí. Grant suspiró aliviado, deslizándole el anillo en el dedo antes de abrazarla, a su mundo, a la eternidad.
Y cuando sus labios se encontraron bajo la luz del sol poniente, Anna supo que este era su lugar. Siempre. La finca Carter nunca había lucido más radiante que el día de su boda.
Los jardines se transformaron en un encantador paraíso. Rosas blancas adornaban los senderos. Luces centelleantes cubrían los imponentes robles y una suave música de fondo sonaba mientras los invitados se reunían maravillados.
Anna se encontraba en la gran entrada, vestida con un elegante vestido blanco, con el corazón acelerado. “¿Estás lista?”, susurró Lisa, su dama de honor, a su lado. Anna respiró hondo, apretando los dedos alrededor de su ramo.
Entonces, levantó la vista. Y allí estaba. Grant estaba de pie ante el altar, vestido con un clásico esmoquin negro, mirándola como si fuera la única persona en el universo.
Sus nervios se desvanecieron. ¡Pwee! Dio un paso adelante, caminando por el pasillo con absoluta seguridad.
Cada paso la acercaba a la eternidad. Y cuando finalmente llegó a su lado, Grant tomó sus manos, con los ojos brillando de amor puro y sin filtros. Los votos fueron pronunciados, sus promesas selladas no solo con palabras, sino con el vínculo inquebrantable que habían construido a través de cada adversidad, cada batalla, cada momento de devoción inquebrantable.
Ahora los declaro marido y mujer. Una ovación estalló cuando Grant le tomó el rostro entre las manos y le dio el beso más sincero y significativo en los labios. Y mientras el mundo se regocijaba, Anna comprendió.
Este no era el final de su historia. Era solo el principio. Al atardecer, Grant y Anna se alejaron de la multitud, caminando de la mano por los jardines, disfrutando de su nueva realidad.
No más hospitales. No más soledad. No más dolor.
Solo ellos, juntos, siempre. Grant le apretó la mano suavemente. Sabes, murmuró, creía que lo tenía todo antes de conocerte.
Anna sonrió, apoyando la cabeza en su hombro. ¿Y ahora? Él la miró con expresión suave, devota, eterna. Ahora sé que nada de lo que tuve antes importa.
Porque eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Anna contuvo las lágrimas, abrumada por la profundidad de sus palabras. Y mientras avanzaban hacia el resplandor dorado del sol poniente, lo supo.
Habían pasado por tormentas, oscuridad, experiencias cercanas a la muerte. Pero al final, el amor triunfó. Y con Grant a su lado, Anna por fin estaba en casa.
Mientras Grant y Anna caminaban de la mano hacia su feliz para siempre, su historia se convirtió en testimonio de algo verdaderamente poderoso. El amor no se trata solo de encontrar a alguien, sino de estar a su lado en cada tormenta. Anna nunca se dio por vencida con Grant, ni siquiera cuando el mundo lo hizo.
Y al final, fue el amor, no el dinero ni el poder, lo que realmente lo salvó. Nos vemos en la próxima historia.