Cuando le preguntaron qué mensaje quería transmitir, Alicia respondió simplemente:
“Nunca confundas el silencio con debilidad. Algunos solo estamos planeando nuestro próximo movimiento”.
Semanas después, Margaret Whitmore se presentó en la oficina de Alicia en el centro. Sin chófer. Sin perlas. Solo manos temblorosas y ojos cansados.
“Vine a disculparme”, susurró. “Tenía toda la razón para humillarme”.
Alicia levantó la vista de su escritorio. “Nunca quise humillar a nadie, Sra. Whitmore. Solo quería respeto, para mí y para todas las personas a las que su familia ha tratado como ‘menos’”.
Margaret asintió con los ojos brillantes. “Te has ganado el mío”.
Alicia sonrió suavemente. “Así que tal vez algo bueno finalmente salió de todo esto”.
Esa noche, Alicia estaba junto a la ventana de su oficina, observando la ciudad iluminada. El imperio que una vez pareció intocable ahora pertenecía a alguien que una vez fue rechazado en sus puertas.
Y mientras miraba la ciudad que una vez se había burlado de ella, se susurró a sí misma: “Pertenecer nunca ha dependido de su aprobación. Viene de saber mi valor y nunca más permitir que me lo arrebaten”.