
Una enfermera fue asignada a un paciente en coma al que nadie le prestaba atención — hasta que de repente susurró su nombre…
¿Grant Carter?
El Grant Carter. Incluso si no hubiera reconocido el nombre de inmediato, la portada de la carpeta lo decía todo. Un recorte en blanco y negro de un periódico, mostrando un accidente de coche espantoso.
Hace un año, el billonario más joven de la ciudad había sufrido un accidente devastador. Su coche deportivo se había desviado de un puente en medio de la noche, dejándolo en coma desde entonces. Su nombre había dominado los titulares.
Grant Carter, el despiadado y intocable CEO de Carter Enterprises. El hombre que construyó un imperio a los 32 años. ¿Y ahora? No era más que un fantasma atrapado en su propio cuerpo.
“Su familia rara vez lo visita”, continuó el Dr. Harris. “Y la mayoría del personal médico simplemente hace sus rondas por obligación. Pero Grant Carter necesita a alguien dedicado.”
“Alguien que realmente se preocupe”, añadió. Anna mordió su labio. Podía escuchar la vacilación en su voz.
“¿Y tú crees que esa persona soy yo?” El Dr. Harris asintió. “Sí, lo creo.”
Anna respiró profundamente. Era una tarea difícil, cuidar a un hombre que tal vez nunca despertaría. Un hombre cuya riqueza y poder una vez dictaron las vidas de miles. Pero, en el fondo, ya sabía su respuesta antes de hablar.
“Lo haré.”
Los labios del Dr. Harris se presionaron en una línea delgada, pero había un destello de aprobación en sus ojos. “Bien.”
“¿Tu turno empieza esta noche?”
La suite privada en el último piso del hospital se sentía extrañamente silenciosa cuando Anna entró. A diferencia de la frialdad estéril de las otras habitaciones de pacientes, esta estaba diseñada para el lujo. Un diseño espacioso, candelabros atenuados, muebles de roble oscuro.
Y en el centro de todo, yacía Grant Carter. Su respiración se detuvo al verlo. A pesar de los tubos, las máquinas que lo mantenían vivo y la quietud de su cuerpo, él era hermoso.
Mandíbula fuerte, largas pestañas contra su piel pálida, anchos hombros visibles bajo la bata del hospital. Si no fuera por la inmovilidad sin vida, podría haber pasado por un hombre simplemente durmiendo. Pero este no era un sueño ordinario.
Este era un hombre atrapado en un silencio interminable. Anna tragó con dificultad y se acercó, ajustando su gotero intravenoso antes de tomar el paño tibio preparado para él. Dudó un segundo antes de presionarlo suavemente contra su piel.
En el momento en que lo tocó, una extraña sensación recorrió su columna, una sensación que no podía explicar. Como si él pudiera sentirla allí. Como si, en lo más profundo de su inconsciencia, él lo supiera.
Un suave pitido del monitor cardíaco llenó el silencio, constante y rítmico. Anna sacudió esa extraña sensación y continuó su trabajo, limpiando cuidadosamente sus brazos, su pecho, asegurándose de que su cuerpo se mantuviera limpio y cuidado.
“Supongo que no puedes opinar sobre esto, ¿verdad?” murmuró, casi para sí misma.