Una criada se da cuenta de que la esposa de un millonario nunca sale de casa, pero la verdad que descubre es increíble.

Dentro, la habitación olía a polvo y secretos. La luz de la luna se filtraba a través de las cortinas medio corridas, revelando muebles cubiertos con sábanas blancas. Parecía abandonada, hasta que la mirada de Elena se posó en las paredes.

Estaban cubiertas de fotografías. Docenas, quizá cientos, clavadas en hileras ordenadas. Y en cada una de ellas aparecía su esposa.

Algunas fotos la mostraban más joven, radiante, de pie junto al millonario. Otras la mostraban triste, retraída, mirando por las ventanas. Cada imagen parecía invasiva, como si documentara no momentos de vida, sino de cautiverio.

Sobre un escritorio había diarios, con las tapas de cuero agrietadas por el tiempo. Elena abrió uno. La letra era delicada, femenina. Se quedó sin aliento al leer las palabras: «Dice que el mundo es peligroso. Dice que no puedo irme. Cada vez que lo intento, cierra las puertas con más fuerza. Estoy atrapada en esta casa y nadie lo sabe».

A Elena se le revolvió el estómago. La esposa no se quedaba dentro por decisión propia. La mantenían allí.

El sonido de pasos la sobresaltó. Rápidamente apartó el diario y salió, cerrando la puerta con llave. El corazón le latía con fuerza al regresar a sus aposentos, repasando las palabras en su mente.

A la mañana siguiente, miró a la esposa de otra manera. Tras su elegante sonrisa se escondía una súplica silenciosa. Sus miradas se encontraron, y Elena sintió el peso del secreto entre ellas.

Durante las siguientes semanas, Elena buscó momentos para hablar en privado. Finalmente, una noche, mientras servía el té, susurró: «Señora… lo sé. Vi la habitación».

La mujer se quedó paralizada, con la taza de té tintineando en el platillo. Se le llenaron los ojos de lágrimas. “Entonces sabes la verdad. No me deja ir. Dice que el mundo me destruirá. Pero es él, él es la prisión.”

A Elena se le encogió el pecho. Quería ayudar, pero ¿cómo? El millonario era poderoso, temido. Su influencia se extendía por todo el pueblo. ¿Quién creería la palabra de una criada?

Aun así, no podía callar.

Juntas, ella y su esposa comenzaron

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