Una celebración convertida en zona de guerra

Un nuevo comienzo
Tres meses después, bajo el suave zumbido de las luces del hospital, sostenía a nuestro hijo.
Leo, no Arthur.

Mark se sentó a mi lado, con lágrimas en los ojos y la mano apoyada suavemente en la espalda de nuestro bebé. Su teléfono vibró con un mensaje: Diane aceptó el acuerdo con la fiscalía. Se acabó.
Lo borró. El pasado había quedado atrás.

Creamos nuevos ritmos: tomas nocturnas, suaves nanas, risas compartidas a las 3 de la madrugada. La casa volvió a llenarse de un suave ruido, nuestro tipo de ruido.

Sin llamadas repentinas. Sin interferencias. Solo paz.

El peso de dejar ir
Una noche, Mark encontró una vieja foto: él mismo de niño, con su madre sonriendo a su lado. Se quedó allí un buen rato, con la imagen temblando en sus manos.

“Se ha ido”, susurró.
Lo abracé. “No la perdiste hoy, Mark. La perdiste hace mucho tiempo. Simplemente dejaste de fingir”.

Asintió, con lágrimas cayendo libremente. “Debería haberte protegido antes”.
“Lo hiciste”, dije en voz baja. “Cuando más importaba”.

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