Un silencio se extendió entre los invitados.
No preguntó. Declaró.
Sentí todas las miradas sobre mí. Me temblaban las palmas de las manos, pero mi voz se mantuvo serena.
“Es una idea muy considerada, Diane”, dije con serenidad. “Pero Mark y yo ya hemos elegido un nombre. Lo compartiremos cuando nazca”.
Fue cortés. Firme. Definitivo.
Y la destrozó.
Cuando Cayó la Máscara
Su compostura se hizo añicos como un cristal. El rostro de la anfitriona perfecta se retorció de furia. “¿Qué acabas de decir?”, siseó. “¡No tienes derecho! ¡Ese bebé es un Harrington, mi nieto!”.
Su voz se alzó, salvaje, desesperada.
Y entonces estalló.