Nunca percibió que quizás lo que él más buscaba era precisamente escapar de aquel mundo sofocante. Un fuerte viento pasó por el cementerio levantando hojas secas. Eleanor miró al niño una vez más. El parecido con David era innegable. La mirada curiosa, la expresión inocente. Una ola de emociones la invadió. Tristeza, arrepentimiento, pero también un destello de esperanza.
¿Cuál es su nombre? preguntó su voz suavizándose. Miguel, respondió Camila emocionada. Le puse ese nombre en honor a mi padre, pero dudó tragando saliva. David siempre decía que si tuviera un hijo le gustaría que se llamara Matthew. Yo nunca tuve el valor de cambiarlo. El impacto de la revelación fue devastador para Elenor.
Aquel niño no era solo un recuerdo del hijo perdido, era también la oportunidad de reparar lo que no pudo hacer en vida. Pero el orgullo aún intentaba gritar dentro de ella. ¿Cómo aceptar de repente a una desconocida y a un niño que surgían así en silencio años después de la muerte de David? En ese momento, Miguel extendió nuevamente la manita hacia Elenor y esta vez ella no resistió. Tocó con cuidado aquellos dedos pequeños y frágiles.
Un escalofrío recorrió su piel. Fue como si David estuviera allí sonriendo en algún lugar. invisible, conectando a las dos mujeres con aquel simple gesto. Elenor cerró los ojos por un instante, sintiendo que las lágrimas le quemaban en los lagrimales. Él, él realmente es mi nieto. Lo siento. Camila lloró suavemente, pero su llanto ya no era solo de dolor, era también de alivio. Yo no quería causarle dolor a usted.
Solo quería que mi hijo supiera que tuvo un padre increíble. Elenor respiró hondo, sintiendo que aquella mañana lo había cambiado todo. El orgullo que había llevado durante toda su vida comenzaba a desmoronarse, reemplazado por algo que hacía mucho no experimentaba. la posibilidad de empezar de nuevo. Y fue allí, frente a la lápida de David, donde la billonaria percibió que la pérdida de su hijo quizás le había dado paradójicamente una nueva razón para vivir. En los días que siguieron al encuentro en el cementerio, Eleanor no podía apartar de su mente la
imagen de Miguel extendiéndole la manita. El simple gesto quemaba en su memoria como un llamado. Por primera vez en años sentía una chispa de esperanza y eso la confundía tanto como la aliviaba. Aún así, la billonaria sabía que no sería fácil.