El rostro de Domínguez perdió todo color.
Los murmullos comenzaron a extenderse.
Varios clientes ya estaban grabando con sus celulares.
El gerente del supermercado corrió hacia ellos, pálido y sudando.
“¡Señor Hernández! Por favor, una disculpa por este malentendido. Oficial Domínguez, quizá deberíamos—”
Ricardo lo interrumpió con voz firme:
“Esto no es un malentendido. Es una falta de conducta grave.
Este hombre acusó falsamente a mi hija, la sujetó con violencia y la humilló en público.
Eso no es proteger —eso es racismo.”
El oficial abrió la boca, pero no logró decir nada.
Jamás imaginó que sus acciones tendrían tal consecuencia.
Ya varios clientes grababan la escena.
Una mujer gritó: “¡Yo lo vi todo! ¡La niña no robó nada!”
Otro añadió: “¡La agarró como si fuera una criminal!”
Ricardo se volvió hacia el oficial:
“Va a pedirle disculpas a mi hija. Ahora.”
“Yo… solo estaba haciendo mi trabajo—” balbuceó el policía.
“Disculpas,” repitió Ricardo, su tono implacable.
Bajo la mirada de decenas de personas, Domínguez bajó la cabeza.