Daniel sintió que se le apretaba la garganta. Asintió despacio.
—Sí. Todos los que estaban con vida cuando llegamos… siguen con vida. Están en observación, pero los cachorros se están recuperando. Y Bella, bueno… es más fuerte de lo que parece.
Lena cerró los ojos un segundo, y las lágrimas resbalaron sin resistencia por sus mejillas. Cuando volvió a mirarlo, la culpa brillaba en su mirada.
—Yo los até ahí… —confesó, con la voz rota—. El coche chocó. Intenté caminar con ellos. Puse a los cachorros sobre el trineo y tiré de él todo lo que pude, pero… el frío era demasiado, mis piernas ya no respondían. Pensé que si me quedaba con ellos, moriríamos todos. Así que… los até a la vista de la carretera. Cavé con las manos hasta que los dedos dejaron de sentir y enterré la caja… —sollozó—. Solo quería que alguien los encontrara. Recé, recé tanto…
Daniel negó con la cabeza, acercándose un poco más.
—Hiciste lo más valiente que podías hacer —dijo con firmeza—. Tomaste la decisión que les daría una oportunidad. Y funcionó. Los encontramos. Sobrevivieron por ti. No los abandonaste, Lena. Los salvaste.
Ella se tapó la cara con las manos, dejando escapar un llanto silencioso, pesado, de esos que salen del fondo del alma. Daniel se quedó a su lado, sin decir nada, simplemente estando allí, sosteniendo el peso de ese momento.
Al cabo de unos segundos, alguien tocó suavemente la puerta.
—¿Lista? —preguntó una enfermera, asomando la cabeza.
Lena levantó la mirada, confundida.
—¿Lista para qué?
La puerta se abrió un poco más.
Bella entró primero.