Un multimillonario decide fingir una enfermedad grave para cuidar a su familia. ¿De verdad quieren cuidarlo… o solo esperan su herencia?

«Era una prueba. Quería ver quién me amaba por mí, no por mi dinero». El veredicto es claro.

Señaló a Isabella.

«Solo ella se quedó sin preguntar. Ustedes… se aprovecharon, calcularon, traicionaron».

Víctor estalló:

«¡Nos manipularon! ¿Cómo pudieron?».

«¿Cómo pudieron?», replicó Edward con la mirada encendida. «Me dieron la espalda cuando se suponía que estaba muriendo. Mancharon mi nombre y saquearon mi trabajo. Es imperdonable».

El Maestro Blake se adelantó con los documentos.

«De ahora en adelante, todos los bienes, todas las empresas, todas las propiedades quedan legados a Isabella».

La habitación estalló: las lágrimas de Margaret, las maldiciones de Charles, Clara saliendo de la habitación, dando un portazo. Edward, sin embargo, sintió que la paz regresaba. Tenía la respuesta.

En los años siguientes, bajo el liderazgo de Isabella, Hamilton Enterprises recuperó su integridad, recuperó talentos leales y duplicó su valor. Pronto la apodaron “Madame Isabella, la Sabia”.

Edward, envejecido…

Estaba en paz y le encantaba sentarse con ella en el jardín, con una taza de té en la mano. Una tarde, le confesó en voz baja:

“Quería probar el amor mediante el engaño. Tú lo demostraste con la verdad. Eres mi verdadera herencia, Bella”.

Ella le apretó la mano y sonrió.

“Y tú eres mi padre. Eso siempre me ha bastado”.

Edward cerró los ojos, seguro de haber confiado su fortuna —y su corazón— a la única persona que había superado la prueba.

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