Un multimillonario concede tres deseos a la hija de su ama de llaves, y su primer deseo lo deja sin palabras.

Cada vez que la luz inundaba los altos ventanales, parecía más brillante, como si el universo mismo sonriera a esta singular familia, unida no por lazos de sangre, sino por la bondad.

## Epílogo

Años después, un anciano Alexander Kingston se encontraba en el mismo jardín, con el cabello plateado pero el espíritu en paz. A su lado, una joven de cabello rubio se ajustaba la birreta: Lily Kingston-Brown, la mejor alumna de su promoción, con una beca completa para Harvard.

—¿Recuerdas tus tres deseos? —preguntó en voz baja.

Ella sonrió.

—Claro que sí. Y me los concediste todos.

Él soltó una risita.

—Me diste algo.

Además, ¿sabes?

—¿Qué?

—Me devolviste el corazón.

Cuando lo tuvo en brazos, el mundo pareció contener la respiración. La mansión, antes fría y de sonido hueco, ahora irradiaba vida, un testimonio de esta verdad: la bondad no cuesta nada y lo cambia todo.

Y en algún lugar, bajo esa luz dorada, tres deseos aún susurraban por los pasillos, recordando a quien quisiera escuchar que la compasión es la mayor riqueza.

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