Allí estaba Rosa, vestida con su uniforme verde esmeralda, con el cabello recogido bajo la cofia. Frente a ella estaban sentados Ethan y Lily, con los rostros radiantes de alegría. Sobre la mesa había un pastel de chocolate recién horneado, decorado con fruta y crema. Rosa cortó con cuidado generosas rebanadas, colocándolas en los platos mientras los niños aplaudían con entusiasmo. La camisa azul de Ethan estaba espolvoreada con cacao, y el vestido rosa de Lily tenía un rastro de crema: prueba de que habían ayudado a Rosa en la cocina.
No solo comían; celebraban, vivían, creaban un recuerdo. Y Rosa no solo les servía; Ella reía con ellos, limpiando la crema de la mejilla de Lily, acariciando con cariño el cabello de Ethan, tratándolos como si fueran sus propios hijos.
Adrian se quedó paralizado, con la mano sobre la boca, los ojos llenos de lágrimas inesperadas. No era el pastel, ni la decoración, ni siquiera las risitas de los niños lo que lo había conmovido; era el amor puro e incondicional que llenaba el aire. Rosa, la empleada doméstica a la que apenas prestaba atención la mayoría de los días, les estaba dando a sus hijos lo que él no les había dado en años: un sentido de familia.
Sintió un nudo en la garganta por la culpa. Absorto en construir su imperio, asegurar su futuro y garantizar que no les faltara de nada materialmente, no se había dado cuenta de que anhelaban algo que el dinero jamás podría comprar. Rosa había llenado ese vacío, colmándolo de ternura, paciencia y calidez.
En ese momento, Adrian recordó a su difunta esposa, Clara. Ella siempre le recordaba que los niños necesitaban presencia más que regalos. En aquel momento, había aceptado, prometiendo estar siempre ahí para Ethan y Lily, pero tras su muerte, se había refugiado en el trabajo para evitar afrontar su dolor.
De pie en la puerta, escuchó las palabras de Clara resonando en sus oídos, como si su espíritu le recordara que el amor se encuentra en los gestos más sencillos. Adrian no entró de inmediato. Permaneció oculto, dejando que la imagen calara hondo.
Ethan contaba cómo había derramado harina por toda la encimera, y Lily reía a carcajadas, casi sin aliento. Rosa se unió a la risa, con una sonrisa radiante y una carcajada suave pero llena de vida. No era solo un pastel; era sanación, era amor, era todo aquello que Adrian había sido demasiado ciego para ver.
Finalmente, incapaz de contener las lágrimas, dio un paso adelante.