Un millonario había invitado a su nueva novia a cenar, pero todo cambió cuando vio a su exesposa, embarazada, trabajando como camarera.

Ella aún no lo había visto. Estaba concentrada en una pareja en un rincón, colocando delicadamente sus copas. Se la veía… cansada. Un cansancio que iba más allá del de un simple y largo día de trabajo. Y visiblemente embarazada: al menos siete meses, tal vez más. ¿Y estaba trabajando un viernes por la noche?

El corazón de Evan se encogió.

Claire había sido el amor de su vida. Se habían conocido en la universidad en Boston y habían llegado a California sin nada más que deudas estudiantiles y grandes sueños. Ella lo había apoyado durante sus largas noches de estudio y el desastre de su primera inversión inmobiliaria. Se habían casado jóvenes, a los 25 años. Pero en algún momento del camino —después del segundo gran contrato de Evan, la casa en La Jolla y el Porsche de 180.000 dólares— las cosas habían cambiado.

Ella quería estabilidad, quizás hijos. Él siempre quería más: más tratos, más propiedades, siempre más… todo.

El divorcio había sido limpio sobre el papel, pero caótico en la realidad. No tenían hijos, lo que aceleró el proceso, pero Evan había luchado por una pensión mínima, alegando que Claire podía «arreglárselas sola». Nunca más supo de ella. Estaba convencido de que saldría adelante.

La risa de Kendra lo trajo de vuelta a la mesa. «Evan, ¿me estás escuchando? Dije que a mis seguidores les encantó mi último reel en Cabo. Deberías haber visto los mensajes directos que recibí».

Él parpadeó. «Perdona, cariño. Estaba en otro sitio por un segundo».

Pero su mirada se desvió de nuevo. Esta vez, Claire lo vio.

Una fracción de segundo de reconocimiento.

Ella no sonrió.

No frunció el ceño.

Simplemente parecía… distante.

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