Clara tomó un fajo de billetes. Arthur sintió una oleada de amarga satisfacción. «Claro. Todos lo hacen».
Pero en lugar de esconder el dinero en su bolsillo, se dio la vuelta y se dirigió a su escritorio. Allí, colocó el fajo cuidadosamente encima y sacó un pequeño sobre de su delantal. Metió el dinero dentro, lo selló y garabateó algo en el frente:
Para la cirugía de mi hermano: solo el préstamo. Le devolveré hasta el último centavo.
Arthur miró en estado de shock desde las sombras.
Un dolor invisible
Las manos de Clara temblaban mientras hablaba a la habitación vacía: «No puedo. Así no. Se morirá si no encuentro el dinero, pero robar… robar me convertiría en alguien como todos los que nos han hecho daño».
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Dejó el sobre sobre el escritorio y se alejó de la caja fuerte, secándose las lágrimas rápidamente antes de que alguien pudiera verla.
Arthur sintió algo desconocido: un nudo en el pecho que no era ira sino algo más pesado.
Arthur se quedó paralizado en las sombras. Había planeado salir, pillar a Clara en el acto y despedirla de inmediato. En cambio, la observó mientras cerraba la puerta de la caja fuerte con suavidad, casi con respeto, antes de susurrar para sí misma:
Encontrarás la manera, Clara. Siempre la encuentras. Pero no así.
Tomó su trapo y volvió a trabajar como si nada hubiera pasado. Pero Arthur no podía quitarse la opresión del pecho. El sobre que ella había dejado en su escritorio pesaba más que los fajos de dinero dentro de la caja fuerte.
Una confrontación