Richard había organizado el viaje como un gesto romántico. “Tengo algo especial para ti”, le dijo, con voz suave pero cargada de segundas intenciones, mientras las hélices rugían contra el cielo azul.
Amelia sonrió, agotada por su embarazo y por las largas horas al frente de su compañía tecnológica, pero dispuesta a dejarse llevar por la experiencia. Desde la ventanilla observaba las olas rompiendo contra los acantilados dorados de la costa. Era un paisaje perfecto, casi demasiado perfecto para la tormenta que se avecinaba.
El Plan Secreto de Richard
La verdad era oscura. Richard no estaba interesado en el amor ni en el futuro de la familia que estaban formando. Lo único que deseaba era el control absoluto de la herencia multimillonaria de Amelia.
Desde que se conocieron, Richard había observado cada movimiento de su esposa: cómo manejaba los negocios, cómo protegía los activos familiares, cómo evitaba compartir información financiera. Para él, aquello no era amor, sino un obstáculo.
Meses antes del vuelo, Richard comenzó a trazar su plan. Sabía que, si Amelia desaparecía, él quedaría como único tutor legal de su hijo por nacer, y por ende tendría acceso a la fortuna. La idea era macabra, pero en su mente estaba perfectamente calculada: un accidente aéreo en el que nadie sospecharía de él.