El corazón de Marcus latió con más fuerza al instante. Corrió hacia allí y miró por la ventana sucia .
La niña tenía la cara roja, estaba empapada en sudor y jadeaba como un pez fuera del agua. Estaba claramente angustiada.
Probó la manija de la puerta. Estaba cerrada.
Golpeó con fuerza el cristal. “¡Oigan! ¿Hay alguien aquí?”, gritó, buscando con la mirada al dueño del coche. No había nadie cerca que pareciera prestar atención, y los gemidos de la chica se debilitaban.
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Marcus volvió a mirar a la chica. Tenía los labios secos y agrietados. Su pecho se elevaba con respiraciones rápidas y superficiales. No iba a aguantar mucho más.
Sacó su teléfono y marcó 911 con una mano mientras caminaba de regreso a la gasolinera con la otra.
¡Hay una niña encerrada en un coche! Parece que se está desmayando. ¿Pueden ayudarme? ¡Ahora mismo! —le gritó al cajero, quien levantó la vista sorprendido y asintió, ya con la mano en el teléfono de la tienda.De regreso afuera, los instintos de Marcus entraron en acción. El operador todavía estaba hablando con él por teléfono, preguntándole por la marca, el modelo y la matrícula del auto, pero Marcus ya había tomado una decisión.
“Estoy rompiendo la ventana”, dijo, más para sí mismo que para cualquier otra persona.
Corrió de vuelta a su destartalada camioneta y agarró la llave de tuercas de detrás del asiento. El operador seguía aconsejándole que no interviniera, pero él no le hacía caso. No podía, no con esa niña desapareciendo tras el cristal.
De un golpe brusco, la ventanilla trasera del copiloto se rompió en una cascada de fragmentos brillantes. Metió la mano, con cuidado de no cortarse, abrió la puerta y la abrió. El calor salió disparado como la puerta de un horno al abrirse de par en par.
Desabrochó rápidamente el asiento del coche y abrazó a la pequeña. Ya no lloraba. Tenía los ojos entrecerrados y la piel húmeda y caliente. Marcus la llevó con cuidado a la sombra, gritando que alguien trajera agua. Un transeúnte entró corriendo a la tienda y regresó con una botella de agua fría. Marcus la abrió, vertió un poco en su mano y limpió suavemente la frente y los labios de la niña.
Moments later, the sirens arrived — police first, then fire, then EMS. Paramedics took the girl immediately, laying her on a stretcher and working quickly to cool her body. Marcus stood nearby, hands trembling, heart still racing.
He expected someone — anyone — to thank him. Instead, what came next was the last thing he anticipated.
A woman ran from across the lot, her face contorted with fury and panic. “What the hell did you do to my car?!”
Marcus turned, confused. “Are you the mother?”