Daniel sacudió la cabeza, tratando de encontrar palabras. «Eso no puede ser. Elena no tenía hijos. Nosotros… nunca tuvimos hijos».
«Ella lo hizo», dijo Lucas en voz baja. «Ella me tenía».
Daniel retrocedió un paso y se sentó duro en la nieve, como si el frío pudiera despertarlo de un sueño. Pero el niño todavía estaba allí, y también la tumba.
«¿Cuántos años tienes, Lucas?»
«Diez», respondió el chico.
La boca de Daniel se secó. Diez. Elena había muerto hace diez años. Solo unas semanas después de que ella lo dejara, después de la pelea que nunca resolvieron, después de que ella desapareciera sin decir adiós.
«Ella… me dijo que mi padre no me quería», susurró Lucas. «Ella dijo que él era un hombre rico que solo amaba el dinero. Que él nunca me amaría».
Daniel sentía que no podía respirar. «Eso no es cierto», dijo. «Ni siquiera lo sabía».

«La he estado buscando durante semanas», dijo Lucas, limpiándose la nariz en su manopla. «Solo quería encontrarla… para disculparme. Nunca llegué a despedirme».
Daniel extendió la mano lentamente, inseguro de si el niño se inmutaría o retrocedería. Pero Lucas no lo hizo. Sus pequeños dedos permanecieron apretados alrededor de la foto, pero no se alechó.
«Lucas», dijo Daniel suavemente, «¿dónde te has estado quedando?»
El niño se encogió de hombros. «Diferentes lugares. Algunas noches en el refugio. Algunos en bancos. Siempre guardé la foto conmigo. Ella me dijo que me aferrara a él si alguna vez sentía miedo».
Daniel sintió un dolor que ya no sabía que era capaz de sentir. Todas las noches en las salas de juntas, los millones ganados, la gente despedida, los activos adquiridos, todo se derrumbó bajo el peso de este momento.
No acaba de perder a Elena.
Había perdido a un hijo.
Y nunca lo supo.