
Un hombre de 70 años se casa con una joven de 20 como segunda esposa para tener un hijo varón, pero en la noche de bodas ocurre una tragedia inesperada…
—“¡Don Tomás! ¿Qué le pasa?” —gritó Marisol, con los ojos llenos de espanto.
Trató de sostenerlo, pero su cuerpo ya estaba rígido, empapado en sudor. Un gemido ronco salió de su garganta, estremeciendo a la joven.
La imagen del licor que había bebido minutos antes cruzó por su mente: aquello en lo que él confiaba para “rejuvenecer” se había convertido en un veneno silencioso.
Desesperada, Marisol pidió ayuda. Las hijas de Don Tomás y otros familiares irrumpieron en la habitación, encontrando al anciano inmóvil y a la joven novia llorando, perdida en medio de la confusión.
Aquella noche fue un caos de gritos, carreras y llanto. Llevaron a Don Tomás al hospital, pero los médicos solo pudieron confirmar lo peor: había sufrido un infarto fulminante por el esfuerzo y la edad.
La noticia corrió por todo el pueblo. La gente, que ya murmuraba sobre aquel matrimonio desigual, ahora hablaba más fuerte. Unos sentían lástima por Marisol, otros se burlaban:
—“Ni siquiera alcanzó a darle un hijo… el destino es justo.”
Marisol permanecía en silencio, con la mirada perdida. Recordaba sus palabras: “Haré mi deber.” Pero ese deber jamás llegó a empezar; todo terminó con una tragedia que nadie había previsto.
Después del funeral, el dinero recibido por la boda bastó para pagar las deudas de su familia y el tratamiento de su hermano. Pero a cambio, Marisol cargaba con un destino cruel: ser viuda a los veinte años, marcada para siempre como “la segunda esposa de Don Tomás”.
La noche de bodas, que debía ser el inicio de un compromiso lleno de presiones y expectativas, terminó convirtiéndose en la última noche de la vida de un hombre… y en el comienzo de la pesada cruz que una joven tendría que cargar el resto de sus días.