Un estudiante pobre se casó con un hombre de 60 años. Y después de la boda, estaba en el dormitorio.

“¿Por qué esta prueba?”, preguntó en voz baja, casi en un susurro. “¿Por qué debería tenerle miedo a mi marido?”.
Iván Serguéievich suspiró.
“No miedo, sino comprensión. Comprender lo que sucede a tu alrededor. Comprender tus capacidades y limitaciones. Eres una persona de voluntad fuerte, Anna. Pero la fuerza solo se manifiesta cuando hay pruebas”. Anna guardó silencio, reflexionando sobre sus palabras. Su mente corría, intentando predecir qué sucedería después. Pero comprendió una cosa: su vida ya no dependía solo de sus padres, la sociedad ni las circunstancias. Debía aprender a controlarse a sí misma, sus miedos y sus deseos. Más tarde esa noche, cuando la mansión se sumió en el silencio, Anna se sentó junto a la ventana, contemplando el oscuro jardín, y pensó en quién se convertiría. Comprendió que le aguardaban conversaciones y acciones que pondrían a prueba su valentía, su capacidad para defenderse a sí misma y sus deseos.
Y por primera vez en mucho tiempo, sintió una extraña sensación de fuerza: no era simplemente una víctima de las circunstancias. Estaba lista para luchar por su lugar en esta casa y por el derecho a ser ella misma.
En ese momento, Anna comprendió lo más importante: el verdadero juego apenas comenzaba. Y para ganarlo, tendría que ser más fuerte que el miedo, más sabia que la sospecha y más atenta a cada movimiento del hombre con el que había unido su vida.

Pasaron algunas semanas más. La mansión donde Anna vivía ahora se había convertido en un verdadero laberinto para ella, no solo de pasillos y habitaciones, sino también de pensamientos, miedos y sospechas. Cada día con Iván Serguéievich ponía a prueba su paciencia y valentía, y su mirada, a veces demasiado intensa y penetrante, la hacía sentir constantemente vigilada.
Una noche, Iván la invitó a su biblioteca personal. La amplia sala, con sus altos estantes y el suave resplandor de la chimenea proyectando largas sombras, parecía acogedora y amenazante a la vez.
“Anna”, dijo, sentándose frente a ella, “quiero que sepas algo. Es importante”.
Anna se sentó frente a él, con el corazón latiendo con fuerza. Intuía que sus palabras eran más que una simple conversación informal.
“Mi vida antes de conocernos era… complicada”, continuó Iván. “Y algunos acontecimientos pueden parecerte extraños o aterradores. Pero quiero que lo entiendas: no pretendo hacerte daño”. “¿Por qué todo esto suena a advertencia?”, preguntó Anna en voz baja. “¿Qué quieres realmente de mí?”.
Iván la miró directamente a los ojos. Comprensión. Honestidad. Quiero que seas tú mismo, pero también que entiendas las reglas que rigen esta casa. A veces mis acciones pueden parecer extrañas o duras. Esto no es un castigo, sino una prueba.
Anna sintió que el miedo se apoderaba de ti.

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