La recepcionista perdió la paciencia:
— “Escúcheme, en este hotel solo vienen huéspedes de clase alta. Busque otro lugar, evítese problemas.”
Algunos clientes indios bien vestidos que estaban cerca también lo miraban con compasión y desprecio. Todos pensaban que ese campesino estaba “confundido”, atreviéndose a entrar en un hotel de lujo sin conocer su lugar.
Él se quedó pensando un instante y no dijo nada más. El ambiente se volvió tenso cuando la recepcionista deliberadamente lo ignoró.
Un guardia de seguridad sij, ya mayor, vio todo esto y se sintió avergonzado, aunque no se atrevió a intervenir. En el fondo sabía que el campesino no era un alborotador, sino que parecía muy tranquilo.
Justo cuando la recepcionista estaba a punto de darse la vuelta, el campesino sacó tranquilamente un teléfono de su bolsillo. Era un smartphone nuevo y brillante. Marcó algunos números y llamó a alguien. Su voz seguía siendo suave, pero con autoridad:
— “Namasté, estoy en el vestíbulo de su hotel. El personal no quiere alquilarme una habitación. Por favor, baje y ayúdeme.”
A los pocos minutos, el ascensor se abrió. Un joven con traje azul se dirigió rápidamente hacia el campesino. Al verlo, se inclinó de inmediato y dijo con voz llena de respeto:
— “Bapují, ¿cuándo llegó sin avisar? ¿Por qué no me llamó para ir a recogerlo a la estación?”
El vestíbulo entero quedó en silencio. Resultó que aquel joven era el director del hotel, a quien todos los empleados respetaban.
El director se volvió hacia la recepcionista con rostro serio:
— “Este hombre es un benefactor de mi familia. Sin él, mi familia no estaría aquí hoy. Desde ahora, cada vez que venga, debe ser recibido como el huésped más honorable.”
La recepcionista palideció y tartamudeó: