Traición y triunfo: como una hermana….

Y entonces, por primera vez en muchos años, sentí verdadera paz. Las lágrimas ya no eran de dolor, sino de felicidad, de libertad y de una nueva vida.

Recordé el día que conocí a Maxim. Fue en una fiesta con amigos en común; acababa de regresar de un viaje de negocios al extranjero. Recuerdo cómo su mirada se posó en mí, cómo despertó en él una chispa de interés. A partir de ese momento, todo cambió. Cada mensaje, cada encuentro, cada noche juntos…

Me parecían un pequeño milagro. Soñábamos juntos: con una casa con vistas al Dniéper, con niños, con largos paseos nocturnos por Kiev.

Maxim no solo era guapo y exitoso; era atento. Me escuchaba, me comprendía sin palabras y me apoyaba en todos mis esfuerzos. Cuando le contaba mis miedos y dudas, me decía que creía en mí más que yo misma. Sentía que nuestra unión no era solo amor, era una unión de almas.

Pero Ekaterina… Siempre estaba ahí, siempre observando, siempre envidiosa. Veía su mirada cuando Maxim me sonreía, oía sus bromas discretas, percibía el dejo de envidia en cada palabra. Pero en aquel entonces, no podía imaginar que fuera capaz de una traición tan poderosa.

Hace seis años, una noche fatídica, todo cambió. Llegué a casa después del trabajo y los vi juntos. Maxim le cogía la mano a Ekaterina. Sonreía… la sonrisa que solía dedicarme. Se me encogió el corazón, el mundo se puso patas arriba y el aire pareció desvanecerse de la habitación. Intenté hablar, rogar, suplicar, pero él estaba junto a ella, como hipnotizado. Entonces me di cuenta de que lo había perdido.

Leave a Comment