Tom y yo acabábamos de terminar de recoger…

— Clara, tenemos que hablar. Esto no puede seguir así.

— No entiendo qué te molesta, es algo temporal.

— Temporal que ya dura tres semanas. Nos habéis cambiado toda la rutina.

Ella guardó silencio unos segundos y dijo, ofendida:

— Si así lo prefieres, nos iremos mañana.

A la mañana siguiente, las maletas estaban en el pasillo. Clara no dijo una palabra. Daniel solo murmuró:

— Gracias por todo.

Cuando el coche se perdió por el camino, me quedé en el umbral, respirando hondo. Silencio. Por fin silencio.

Esa noche Tom llegó a casa.

— Tenías razón, Emma. Deberíamos haber puesto límites antes.

Lo miré cansada, pero tranquila.

— No se trata solo de límites, Tom. Se trata de nosotros. Este es nuestro hogar, y si no lo protegemos, nadie más lo hará.

Él me abrazó. Nos sentamos frente a la chimenea, observando el fuego. Por primera vez en semanas, sentí verdadera paz. La casa volvió a ser nuestra.

Días después recibí un mensaje de Clara: “Lo siento, Emma. Tenías razón. Debíamos encontrar nuestra propia calma.” Sonreí. No por rencor, sino por comprensión.

Esa casa ya no era solo un lugar donde vivir. Era un comienzo. Nuestro verdadero comienzo.

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