Tom y yo acabábamos de terminar de recoger…

Tom y yo acabábamos de terminar de recoger después de la fiesta de inauguración cuando mi teléfono vibró sobre la mesa del salón. Era un mensaje de su hermana, Clara. “¡Vuestra casa es preciosa! 😍 Este aire fresco me vendría genial ahora, sobre todo estando embarazada. Pasaremos a veros unos días, solo un poquito.” Leí el mensaje dos veces, intentando convencerme de que era una broma. No lo era.

— Tom, ¿has visto lo que ha escrito tu hermana? — le pregunté, levantando la vista.

Él sonreía tranquilo, sin imaginar nada.

— Sí, me lo comentó. Quiere venir a respirar aire limpio unos días. Déjala venir, cariño, está embarazada.

— ¿Unos días? — arqueé una ceja. — Espero que de verdad te refieras a unos pocos.

Tom se rió, pero vio en mis ojos que no bromeaba.

— Emma, no exageres. Es mi hermana. No pasará nada.

Dos días después, un taxi se detuvo frente a la puerta. De él bajaron Clara y su marido, Daniel, cargados con maletas y cajas, como si se mudaran. Clara, con la barriga grande y una sonrisa enorme, entró directamente, como si la casa fuera suya.

— ¡Emma, querida, qué lugar tan hermoso! ¡Y ese aroma a lavanda, perfecto para el bebé! — suspiró, acomodándose en el sofá. — Me siento como en casa.

“Ese es el problema”, pensé. “Se siente demasiado en casa.”

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