Todas las noches, mi esposo dormía en la habitación de nuestra hija, así que instalé una cámara oculta. Lo que descubrí en ese video me hizo temblar y se me paró el corazón por un instante.

Emma seguía llorando mientras dormía, y a veces, cuando miraba al vacío, su mirada parecía perdida… casi vacía.

El mes pasado, empecé a notar algo extraño.

Todas las noches, alrededor de la medianoche, Evan salía silenciosamente de nuestra habitación.

Cuando le preguntaba dónde estaba, respondía con calma:

“Me duele la espalda, cariño. El sofá del salón es más cómodo”.

Le creí.

Pero unas noches después, cuando me levanté a buscar agua, me di cuenta de que no estaba en el sofá.

Estaba en la habitación de Emma.

La puerta estaba entreabierta. Una suave luz nocturna naranja se filtraba por la rendija.

Estaba tumbado a su lado, con el brazo apoyado suavemente sobre sus hombros.

Me quedé paralizada.

“¿Por qué duermes aquí?”, susurré con brusquedad.

Levantó la vista, cansado pero tranquilo.

Seguía llorando. Fui a consolarla y luego tuve que dormirme.

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