Teresa nunca pensó que su vida

De repente, Teresa sintió un dolor agudo en el pecho. Se agarró el corazón, presa de un ligero pánico. Los invitados se quedaron paralizados de asombro; susurros y gritos llenaron el salón. Eduardo intentó correr hacia ella, pero ya era demasiado tarde. Se desplomó como una hoja que cae de un árbol.

Un médico, que se encontraba entre los invitados, acudió de inmediato a Teresa para revisarle el pulso y la respiración, pero fue en vano. Su corazón había fallado.

Cuando llegaron los padres de Teresa, no podían creer lo que veían. Presas del pánico y el terror, preguntaron cómo había podido suceder aquello. Y entonces se reveló la causa: aquella rara reacción alérgica que nadie conocía. Un anillo de diamantes, adornado con una aleación metálica única, les había provocado una anafilaxia instantánea.

A los padres se les erizó el vello al comprender que la tragedia había sido causada por algo que parecía insignificante, un pequeño detalle que nadie había tenido en cuenta. Sintieron horror y amargura al darse cuenta de que la felicidad de su hija estaba tan cerca y, sin embargo, tan inalcanzable.

Eduardo estaba cerca, apretando los puños, lleno de culpa y desesperación. Nunca imaginó que la alegría pudiera convertirse en tragedia. En ese instante, todo lo que parecía eterno —el amor, los planes, los sueños— se desmoronó, dejando solo dolor y vacío.

Los invitados se quedaron atónitos, algunos llorando, otros susurrando, incapaces de creer que algo así pudiera suceder en su día más feliz. El salón, lleno de lujo y luz, se sumió repentinamente en la oscuridad, y parecía como si la atmósfera misma llorara con la gente.

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