«¡Su hija todavía está viva! ¡Hay alguien más en el ataúd!» El niño negro sin hogar corrió hacia adelante y reveló un secreto que impactó al multimillonario…

«No sé qué creer», admitió Richard, guardando la pulsera en el bolsillo de su abrigo. «Pero si existe la más mínima posibilidad de que mi hija esté viva, no voy a perder ni un segundo más».

Esa noche, Richard y Jamal condujeron por la ciudad en el todoterreno negro de Richard, rehaciendo los pasos del niño. Jamal lo dirigió a un distrito de almacenes abandonados, un lugar donde los sin techo solían refugiarse. El aire olía a óxido y hormigón húmedo.

«Estuvo aquí», susurró Jamal, señalando hacia una puerta rota. «Dijo que se estaba escondiendo de alguien».

Richard abrió la puerta de un empujón, con el corazón latiéndole con fuerza. El interior estaba oscuro, lleno de basura y muebles rotos. Al principio, parecía vacío. Entonces, un sonido débil —el arrastrar de pies— resonó desde más adentro.

«¿Emily?», llamó Richard, con la voz quebrada.

Silencio. Luego una respuesta suave, casi un susurro: «¿Papá?».

A Richard le flaquearon las rodillas. Giró la esquina y allí estaba ella: Emily, viva, más delgada, con la ropa sucia, pero inconfundiblemente su hija. Las lágrimas brotaron de sus ojos mientras corría hacia ella, atrayéndola en un abrazo desesperado.

«Emily, Dios mío… me dijeron que estabas muerta».

Emily se aferró a él, sollozando. «Mintieron. No era yo quien iba en ese coche. Me querían fuera porque descubrí algo… sobre uno de tus socios comerciales. Es peligroso, papá. No podía ir a casa. No sabía en quién confiar».

Richard se quedó helado, mientras las piezas del rompecabezas encajaban. El accidente de coche, la identificación apresurada, el ataúd cerrado… todo cobró sentido de repente. Alguien poderoso había orquestado esto.

Detrás de él, Jamal se movió nerviosamente. Richard se volvió, inundado de gratitud. «La salvaste. Si no hubieras hablado hoy…».

Jamal bajó la mirada, avergonzado. «Solo hice lo que cualquiera debería haber hecho».

Pero Richard sabía que no era así. La mayoría de la gente se habría quedado callada. Este niño, a pesar de no tener nada, lo había arriesgado todo.

Mientras Richard sacaba a Emily del almacén, se dio cuenta de que la vida nunca volvería a ser la misma. Todavía había amenazas, todavía había batallas que librar, pero ya no estaba solo.

Y en cuanto a Jamal, Richard juró en silencio que el niño nunca volvería a dormir en las calles.

El ataúd en el cementerio seguía esperando a ser bajado a la tierra. Pero Richard ahora sabía la verdad: su hija estaba viva. Y la lucha por protegerla no había hecho más que empezar.

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