Sebastián, esa mujer se parece exactamente a tu madre desaparecida. Isadora gritó señalando hacia la mujer en situación de calle. El millonario se quedó paralizado. Lo que descubrieron después cambió para siempre sus vidas. El tiempo se detuvo por completo cuando Sebastián Montemayor escuchó esas palabras salir de los labios de Isadora. Durante 35 años había vivido con el vacío más profundo que un hombre puede experimentar, la ausencia inexplicable de su madre. Elena Montemayor había desaparecido una mañana de abril cuando él tenía apenas 8 años, dejando trás de sí solo preguntas sin respuesta y un corazón de niño destrozado que jamás había sanado completamente.
“¿Qué dijiste?”, murmuró Sebastián, su voz apenas audible, mientras sus ojos se dirigían lentamente hacia donde Isadora señalaba. Allí, sentada en la acera, frente a la catedral, había una mujer de aproximadamente 60 años. Su ropa estaba desgastada, pero limpia, sus cabellos grises recogidos en una trenza simple que colgaba sobre su hombro derecho. Pero lo que hizo que el corazón de Sebastián se detuviera no era su apariencia general, sino sus rasgos. Los mismos ojos verdes que había heredado de su madre, la misma línea delicada de la mandíbula, incluso la forma particular en que sus manos descansaban sobre su regazo.
“Sastián”, Isadora susurró tomando su brazo con fuerza. “¿Estás viendo lo que yo veo?” El empresario más exitoso de la ciudad se había convertido en un niño perdido en cuestión de segundos. Sus piernas temblaron y tuvo que apoyarse contra la pared del edificio más cercano para no caer. 27 años de búsqueda infructuosa, de contratar detectives privados, de seguir pistas falsas que lo llevaban a callejones sin salida y ahora, ¿era posible que la respuesta hubiera estado siempre tan cerca?