Se fue cuando más lo necesitaba.
Kamsi se acercó, lo miró a los ojos y dijo:
—Si quieres redimirte… empieza por vivir con la vergüenza. Sé útil en tu iglesia. Ayuda a los niños abandonados. Pero no vengas a reclamar un lugar que nunca ocupaste.
Y se fue, con la espalda recta y el corazón en llamas.
**
Kenneth se quedó solo. De rodillas, en el suelo del restaurante.
Yo me acerqué, le tendí un vaso de agua.
—¿Ahora entiendes?
Asintió, sin poder hablar.
—Vete —dije suavemente—. No vuelvas… a menos que sea por algo verdadero.
Y esta vez, yo fui quien se alejó primero.
Parte 4
Pasaron dos semanas desde aquella escena en el restaurante. Pensé que Kenneth se había ido para siempre.
Hasta que una mañana, Kamsi entró a mi oficina con el teléfono en la mano, los ojos abiertos como platos.
—Mamá… ¿viste esto?
Me mostró la pantalla.
Era una transmisión en vivo desde la iglesia más grande de Lagos. En el altar, con miles de personas mirándolo, estaba Kenneth. Solo que no predicaba. Lloraba.
—Antes de continuar esta prédica… necesito confesar algo —decía, con la voz quebrada—. Hace 21 años, abandoné a la mujer que me amaba y a la hija que no tuve el valor de conocer. Me convertí en pastor, hablé de fe, de perdón… pero vivía con una mentira enterrada.
La cámara enfocó a la multitud. Nadie respiraba.
—Hoy pido perdón. A ellas. Y a ustedes. Y les ruego que no aplaudan. No hay nada digno aquí. Solo un hombre que intenta comenzar de nuevo.
La pantalla temblaba de tantas reacciones.
Kamsi se quedó en silencio. Luego murmuró:
—¿Tú crees que… lo dice en serio?
—Eso solo el tiempo lo dirá —respondí.
**
Durante semanas, Kenneth desapareció. Nadie lo veía. La iglesia anunció que se había retirado temporalmente del liderazgo. Otros pastores ocuparon su lugar.
Una tarde lluviosa, llegó una carta.
Manuscrita. Con tinta negra y letra temblorosa.