“Salvee a Mi Bebé…” — Suplica la Madre Soltera, Pero la Mirada del Millonario lo Cambia Todo

Alejandro sintió algo inesperado: una necesidad instintiva de protegerlos. Este hombre, que había construido un imperio sobre números y contratos, nunca había sentido algo así. —Adrián va a estar bien —le dijo—. Te lo prometo.

Los médicos salieron corriendo. —El bebé tiene insuficiencia respiratoria grave. Necesita operación urgente. El costo es altísimo —dijo el jefe de servicio.

Alejandro lo interrumpió: —Doctor, cualquier cosa que necesite, cualquier cantidad, la pagaré yo.

—Pero señor, estamos hablando de al menos 200,000 euros…

—He dicho cualquier cantidad —repitió Alejandro.

Carmen lo miró, temblando. —¿Por qué? —alcanzó a susurrar.

Alejandro la miró a los ojos y, por primera vez en su vida, se permitió sentir. —Porque yo también fui un niño que necesitó ayuda y nadie llegó.

Mientras los médicos llevaban a Adrián al quirófano, Carmen y Alejandro se quedaron en la sala de espera. Ella lloraba en silencio. Él, por primera vez en años, sentía miedo. —Cuéntame tu historia, Carmen —le pidió.

Ella respiró hondo. —Tengo 22 años. Me embaracé en la universidad. El papá de Adrián huyó cuando se enteró. Mis padres me echaron de casa por la vergüenza. Di a luz sola. Trabajo de camarera de noche y estudio pedagogía de día. Esta semana el bebé empezó a tener problemas respiratorios. Gasté todo en médicos privados. Hoy fui a pedir ayuda a mis padres. Me cerraron la puerta en la cara. Volvía a casa cuando Adrián dejó de respirar bien. Me arrodillé en la calle y recé para que alguien nos ayudara.

Alejandro la escuchó en silencio, sintiendo una rabia que nunca había sentido. —¿Dónde viven ahora?

—En una habitación en Lavapiés, cien metros cuadrados divididos entre cuatro familias, baño compartido. No es lugar para un bebé, pero es lo único que puedo pagar.

Alejandro imaginó a esa joven valiente, estudiando de noche con un recién nacido en brazos, trabajando por unos pocos euros la hora, luchando cada día para dar un futuro a su hijo. Una fuerza de ánimo que él, con todos sus millones, no estaba seguro de poseer.

—Carmen —dijo de repente—, cuando Adrián esté bien, ¿qué quieres hacer?

—Terminar la universidad. Ser maestra. Darle a Adrián una vida normal, una casa de verdad, la posibilidad de estudiar.

—¿Y si te dijera que puedes tener todo eso?

Carmen lo miró desconcertada. —No entiendo.

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