Ryan Alden entró al sofisticado restaurante adornado con candelabros acompañado de su nueva novia, Vanessa. Llevaba un traje meticulosamente confeccionado, mientras ella sostenía su brazo, con su vestido plateado brillando bajo la luz ambiental.

—Ryan, este lugar es ideal —comentó Vanessa, sonriendo mientras los guiaban a su mesa reservada.
Ryan contempló los alrededores con orgullo. Ahora podía permitirse sin problema ese tipo de lugares: uno de los restaurantes más exclusivos de la ciudad.
Sin embargo, al sentarse, su atención quedó fija en una persona al otro lado del salón. Una mesera, con un sencillo delantal beige, se movía silenciosamente entre las mesas, equilibrando platos con destreza. Su rostro estaba de medio perfil, pero cuando levantó la vista brevemente, la respiración de Ryan se detuvo.
No… no podía ser.
—¿Ryan? ¿Estás bien? —preguntó Vanessa, al notar su repentina inmovilidad.
Él parpadeó, forzando una sonrisa.
—Sí, solo… pensé que reconocí a alguien.
Pero era ella. Anna.