Recibí una llamada de la enfermera del colegio sobre mi hijo. Fui corriendo. Estaba temblando, con una marca cerca del ojo. “Papá, fui a casa a comer… mamá estaba con el tío Esteban. Cuando intenté irme, él me bloqueó, me encerró en mi habitación y tuve que escapar por la ventana. Siguen allí.” Mis instintos de protección se activaron de inmediato

La llamada llegó a media mañana, justo cuando intentaba concentrarme en una reunión interminable. El móvil vibró y vi el nombre de la enfermera del colegio. Mi corazón dio un vuelco; ella nunca llama si no es algo serio.

—Señor… su hijo está aquí. Está muy asustado. Tiene una marca cerca del ojo y no deja de temblar —dijo, con voz contenida.

No esperé más detalles. Agarré las llaves y salí corriendo del edificio. El camino al colegio me pareció eterno; cada semáforo era una provocación. Al llegar, lo vi sentado en una camilla, encorvado, abrazando sus rodillas como si tratara de hacerse pequeño.

Me arrodillé a su lado.

—Hijo, ¿qué pasó?

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