La llamada llegó a media mañana, justo cuando intentaba concentrarme en una reunión interminable. El móvil vibró y vi el nombre de la enfermera del colegio. Mi corazón dio un vuelco; ella nunca llama si no es algo serio.
—Señor… su hijo está aquí. Está muy asustado. Tiene una marca cerca del ojo y no deja de temblar —dijo, con voz contenida.
No esperé más detalles. Agarré las llaves y salí corriendo del edificio. El camino al colegio me pareció eterno; cada semáforo era una provocación. Al llegar, lo vi sentado en una camilla, encorvado, abrazando sus rodillas como si tratara de hacerse pequeño.
Me arrodillé a su lado.
—Hijo, ¿qué pasó?