¡QUIEN HAGA HABLAR A MI HIJO SE CASARÁ CONMIGO! DIJO EL MILLONARIO… Y LA EMPLEADA SORPRENDIÓ A TODOS

Esa mañana llegó con lentes oscuros, su café doble en mano y una cara de pocos amigos. Ay, mana, todavía con la cara larga por la fiesta. le soltó Mariana, una de las más frenteras. No estoy de humor. Sí, pues deberías estarlo porque eres la comidilla de medio Guadalajara. Todos están hablando del escandalito. Que si Julián se enamoró de la empleada, que si el niño ya tiene nueva mamá, que si te dejaron parada como palo.

Lorena apretó los dientes, respiró hondo. Eso fue un show nada más. El niño tuvo una reacción rara. Eso es todo. Rara, mana. Habló por primera vez en dos años. y con ella. Y eso no significa que ella sea especial. Puede ser una coincidencia. A ver, ¿tú sabes de dónde salió esa mujer? ¿Quién es? ¿Qué antecedentes tiene? Las demás se miraron entre ellas. Nadie sabía nada. Justo eso digo.

Esa gente aparece de la nada y se mete donde no debe. Julián está vulnerable. Lo están manipulando. Alguien tiene que abrirle los ojos antes de que cometa una tontería. Y ese alguien vas a ser tú, obvio. Después del desayuno, Lorena tomó una decisión. Fue directo a su oficina, se encerró y empezó a buscar información.

Llamó a una conocida en la empresa de limpieza que trabajó en la fiesta. Le sacó el nombre completo de Elena, su dirección y algunos datos personales. Luego llamó a un viejo contacto. Un investigador privado que le había ayudado con un exnovio celoso años atrás. le pidió un informe detallado. Quiero saber todo.

De dónde viene, con quién vive, qué ha hecho, qué esconde. Todo le dijo por teléfono. Y por qué tan urgente, porque se está metiendo con la persona equivocada. Mientras tanto, en la casa de Julián, Benjamin le pidió a su papá algo que no había hecho desde antes de la enfermedad de su mamá, salir al parque. Así, como si nada, Julián se sorprendió tanto que no supo qué responder al principio.

¿Quieres ir al parque? Sí. Y que venga ella. ¿Quién? La señora Elena. Sí, me gusta cuando está. Julián no supo cómo negarse a eso. La llamó. Elena contestó con voz nerviosa, creyendo que sería para algo formal. Hola, Elena. Soy Julián. Ah, hola. ¿Está todo bien? Sí, muy bien. Es solo que Benjamin quiere ir al parque y quiere que tú vayas también. Hubo un silencio del otro lado. ¿Quiere eso? Sí.

Me lo acaba de pedir. Pero solo si tú estás dispuesta. Claro, no quiero presionarte. No, está bien. Yo sí puedo. Te paso la ubicación. Te vemos allá en una hora. El parque era uno de esos con juegos grandes, árboles viejos y bancas de hierro que crujían cuando alguien se sentaba. No era un lugar para ricos, pero tampoco era peligroso.

Era el tipo de lugar donde las familias comunes pasaban los fines de semana con tortas en papel aluminio y jugo de naranja en botellas recicladas. Elena llegó puntual. Llevaba un suéter delgado y jeans gastados. Benjamin corrió hacia ella en cuanto la vio. Julián se quedó atrás mirando la escena como si fuera un espectador más.

Jugaron en los columpios, en el tobogán, incluso en los pasamanos. Elena no se hacía la interesante, simplemente estaba presente, reía con Benjamin, lo escuchaba, lo animaba. Julián se sentó en una banca viendo a su hijo reír a carcajadas por primera vez en años y algo dentro de él se rompió.

No sabía qué era exactamente, pero se sintió como un vidrio quebrándose por dentro. Porque ver a su hijo tan feliz con alguien que no era clara, con una mujer que apenas conocía, lo hacía sentir muchas cosas al mismo tiempo. Alivio, celos, esperanza, miedo, todo junto. Elena se sentó junto a él cuando Benjamin se fue a jugar con otros niños.

“Gracias por venir”, le dijo Julián. “Gracias por invitarme. Nunca pensé volver a un parque así. ¿Tienes hijos?” No, pero crié a mis sobrinos y ahora cuido a mi hermana menor. Mis papás murieron hace años. No sabía. No hay mucho que saber. Somos gente común de las que no salen en revistas y aún así lograste lo que nadie más pudo. Elena no supo que responder. No le gustaban los alagos.

Le incomodaban y más si venían de alguien como él. No sé si fue suerte, Julián. Tal vez solo necesitaba una caricia. A veces eso basta. Benjamin regresó corriendo con tierra en los pantalones y una sonrisa enorme. ¿Podemos comprar un helado? Julián miró a Elena. Ella asintió. Claro. Vamos. Compraron tres sentados en la banqueta del parque como cualquier familia más.

No parecía un millonario con su hijo ni una mujer invitada por lástima. Parecían tres personas que se estaban dando una segunda oportunidad de vivir, de reír, de volver a sentir. Y en algún rincón oscuro de la ciudad, Lorena ya tenía en sus manos el primer archivo del informe de Elena. Sonrió al ver un dato que, según ella, lo cambiaba todo. “Ya te encontré”, dijo en voz baja.

Y ahí, bajo la piel de los privilegios y las apariencias, se empezaban a mover cosas que estaban a punto de explotar. Esa noche Elena llegó a su casa más cansada de lo normal. No era solo el cuerpo, era la cabeza, el corazón, todo. Cerró la puerta con cuidado, dejó las llaves colgadas en el gancho de siempre y se quitó los zapatos como si pesaran toneladas.

Se quedó un rato así, parada, mirando hacia la nada. La televisión estaba encendida, pero el volumen bajito. En el sillón, medio dormida, estaba Lety, su hermana menor. ¿Cómo te fue?, preguntó sin abrir bien los ojos. Bien, ¿fuiste con el niño otra vez? Sí. ¿Y qué? ¿Ya habla todo el tiempo o fue pura suerte lo de la fiesta? Elena se sentó a su lado y le acarició el cabello. Lety tenía 17, pero aún parecía más chica cuando se acurrucaba en el sillón con su cobija favorita.

No fue suerte, Let. Ese niño trae algo roto por dentro, pero también tiene un corazón fuerte. Me recuerda a ti cuando eras chiquita. Y el papá, ¿qué onda con él? No sé. Es buena gente, creo, pero vive en otro mundo.

Todo es perfecto a su alrededor, pero se nota que está vacío por dentro, como si no supiera qué hacer con lo que siente. Let se incorporó un poco. ¿Y tú, qué sientes? Elena tardó unos segundos en responder. No sé, es raro. Es como estar metida en una historia que no me corresponde, pero al mismo tiempo no quiero salir corriendo. Pues nada más cuídate.

Hay gente que usa a los demás como pañuelos y cuando se secan las lágrimas los tiran. Elena no respondió, solo le dio un beso en la frente. Duerme, mañana tengo que madrugar. Se fue a su cuarto, cerró la puerta y por primera vez en mucho tiempo pensó en algo que había guardado por años. su pasado, las cosas que nadie conocía, las que nunca mencionaba en las entrevistas de trabajo ni en las charlas casuales, las que ocultaba porque sabía que la gente no perdona ni olvida.

Elena había crecido en un barrio complicado de Zapopán. Su papá trabajaba de albañil y su mamá en una cocina económica. Tenían poco, pero nunca faltó comida ni amor. Hasta que un día todo cambió. Su hermano mayor, Samuel, empezó a juntarse con gente que no le convenía. Tenía 19 años cuando lo arrestaron por robo.

Dicen que fue un asalto a una tienda con violencia. Lo metieron preso por 3 años. Fue un golpe durísimo para la familia. El papá nunca volvió a ser el mismo. Murió meses después de un infarto. La mamá aguantó lo que pudo, pero el estrés la enfermó. Y Elena, que en ese entonces tenía 22, dejó la universidad para cuidar a su hermana y a su madre enferma.

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