«¿Que tu madre murió? ¿Y qué? ¡Sirve a mis invitados!», se rió mi marido. Serví la comida mientras las lágrimas corrían por mi rostro. El jefe de mi esposo tomó mi mano y preguntó: «¿Por qué estás llorando?» Se lo conté.

Pero un estallido interrumpió la frase: Maxwell golpeó su bastón contra el suelo con una furia que hizo vibrar la mesa.

Y justo entonces, la tensión en la sala alcanzó su punto más alto.

El golpe del bastón resonó como un disparo.
“¿Obligó a su esposa a preparar una cena el mismo día que murió mi hermana?”, tronó Maxwell.

Darius se irguió, intentando recuperar control.
“No la obligué. Ella aceptó.”

“¡Aceptó porque no tenía opción!”, replicó Maxwell, clavando la mirada en Lena, que temblaba en silencio.

Respirando hondo, Maxwell añadió con voz más suave:
“Lena… nuestra familia fue un infierno. Nuestro padre era abusivo, controlador. Elara huyó para salvarse. Y por lo que veo… para salvarte también.”

Darius chasqueó la lengua.
“Esto no tiene nada que ver con mi promoción.”

“Claro que sí”, respondió Maxwell con frialdad. “No promuevo a hombres que tratan a las personas como objetos.”

Se acercó a Darius y apuntó su pecho con el bastón.
“Tu carrera termina esta noche.”

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