«¿Que tu madre murió? ¿Y qué? ¡Sirve a mis invitados!», se rió mi marido. Serví la comida mientras las lágrimas corrían por mi rostro. El jefe de mi esposo tomó mi mano y preguntó: «¿Por qué estás llorando?» Se lo conté.

Lena Moore llevaba toda la mañana moviéndose como un fantasma. A las 11:50 a. m., mientras cortaba verduras sin pensar, recibió la llamada que le arrancó el aire del pecho: su madre, Elara Moore, había fallecido. El médico lo repitió dos veces, pero su mente tardó en aceptarlo. Después de colgar, Lena se desplomó en la silla de la cocina, incapaz de llorar, incapaz de respirar. El silencio del apartamento se volvió pesado, casi cruel.

Horas después, la puerta se abrió de golpe. Darius Collins, su esposo, entró frustrado, aflojándose la corbata.
“¿Por qué la cena no está lista?”, gruñó sin siquiera mirarla realmente. “Hoy es la noche más importante de mi carrera. Maxwell Grant viene a cenar. Te lo dije.”

Lena tragó saliva.
“Darius… mi mamá murió hoy.”

Él parpadeó apenas un instante, sin tristeza. Solo molestia.
“Lena, estaba enferma desde hace años. ¿De verdad esto no podía esperar hasta mañana? Sabes lo que significa esta cena para mí.”

Las palabras le atravesaron el alma.
“No puedo hacerlo. Tenemos que cancelar”, susurró ella, rota.

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