Ella asintió.
Sí.
Meses después, la mansión Kessler lucía diferente, no por el mármol ni las lámparas de araña, sino por la calidez.
Grace ya no llevaba uniforme, era simplemente Grace.
Ella y Jonathan solían sentarse con Oliver en el porche leyendo libros o contemplando la puesta de sol.
Y Oliver, su sonrisa, regresó.
Su risa volvió a llenar los pasillos.
Jonathan dejó de ser director ejecutivo para convertirse en padre, no por una decisión de la junta directiva, sino porque una criada a la que apenas prestaba atención una vez tomó la mano de su hijo y le mostró lo que es el verdadero amor.
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Hasta la próxima.
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